No tengo ánimos de ningún poema; no es un gran día, estaba
algo deprimido y luego me llega una mala noticia de una amiga muy querida y me
puse a recordar cientos de momentos jodidos en la vida
Tenía unos 14 años no me preocupaba demasiado de muchas
cosas, era el típico preadolescente egoísta y torpe que vino a este mundo a
cometer error tras error y a sentirse el centro del mundo; sin embargo, pese a
todo lo que yo pudiese escuetamente pensar sobre el mundo y mis semejantes,
nunca dejé de sentir el dolor ajeno, de tener empatía aunque fuese en un grado
muy primitivo con quienes estaban cerca de mi vida (aunque en la vida les
hubiese hablado).
Corría el mes de Enero (no me pregunten de que año porque no
lo recuerdo) yo estaba en la secundaria (no pregunten en qué grado porque no lo
recuerdo, pero estoy seguro que fue en segundo o tercer año). Mis padres tenían
años separados, pero mi papá nos veía de vez en cuando y recordaba sus
obligaciones en medida que la conciencia le recordaba que tenía hijos; por ende
ese 6 de Enero compró juguetes para mi hermano y me dio mil pesos en efectivo
como regalo.
Mil pesos era una cantidad de dinero exorbitante en mis
manos, yo un niño que apenas si gastaba en cuadernos, lápices y bolígrafos y el
resto del dinero se iba yendo de poco en poco en visitas al cine (a veces 2 o 3
funciones en un día y unas palomitas jumbo cubiertas de un cebo amarillento que
se proponía simular la mantequilla), libros de segunda mano de Poe, Darío,
Verne, Sabines, que no reducían mi "fortuna" más que en 20 o 30 pesos
por compra.
Hacía un frio tremendo en esos meses, si me pidiesen
compararlo con el Enero en que vivimos en este instante, diría que aquel fue
aún más helado; era fácil que cualquier niño se enfermara en esa temporada,
desde una gripe hasta algo más severo, y siendo propensos a enfermar, algunos
niños debieron pasarlo muy mal ese invierno. En particular todo esto se trata
sobre uno de esos casos, uno que jamás olvidaré, uno que recuerdo y me duele
como si se repitiese cada día de mi vida. Eran los primeros días de clase en la
secundaria, yo me sentía feliz de volver al colegio, no era popular, ni listo,
ni destacaba en ninguna actividad, pero estar en casa es aburrido después de
algunos días de asueto; era uno de esos días de ceremonia cívica; de esos
tediosos Lunes en que debes pararte al rayo de sol o al azote del viento helado
matutino y formarte alrededor de la explanada principal, escuchar cientos de efemérides
tontas y de discursos prefabricados e inexactos, y luego entonar estúpidos
himnos con desgano y ganas de irse a sentar en un pupitre incomodo de madera en
un salón obscuro y deprimente... En fin, como iba diciendo, en una de esas
tantas ceremonias nos anunciaron que una compañera (a quien le pido disculpas,
pues no es mi intención ser descortés y grosero
pero no recuerdo su nombre, estés donde estés disculpa que omita tanta
información sobre ti) que padecía de cáncer y luchó contra él desde hacía
varios años; había muerto esa misma madrugada... Yo la vi tiempo atrás, ya se
le había caído todo el cabello y usaba una peluca, los niños se burlaban de
ella por ese motivo y porque siempre usaba unos lentes obscuros con el armazón
rosa (como los pediría cualquier niña de esa edad) para disimular su mirada
cansada y evitar desgastársela aún más; la vi jugando en el patio con sus pocas
amigas, reír, correr y practicar deportes hasta donde su condición lo permitía;
la vi hacer tantas cosas sin prestarle mucha atención, contemplándola como un
individuo más, una chica común en el colegio (y con la convicción de nunca
haberme unido al circo nefasto de las burlas, los rumores, críticas y apodos de
que era objeto por parte de todos los micos que estudiaban conmigo).
Horas después de haber anunciado la noticia trágica, un
grupo de compañeras (las mejores amigas de la chica que recién había muerto)
pasaron de salón en salón, pidiendo una cooperación para comprarle un ataúd y
pagar los gastos funerarios (tiempo después me enteré que la chica vivía sola
con su madre y los gastos que nacieron a raíz del cáncer de su hija dejaron a
la madre en un estado de pobreza extrema), al pasar a mi pupitre, sin mayor
lastima o ganas de protagonismo dejé 500 pesos (la mitad de mi fortuna que lapidaba
en libros y visitas al cine), las chicas que recolectaban el dinero se
extrañaron y abrieron mucho los ojos, "¿cuánto cambio vas a querer? ¿Te
equivocaste de billete? ¿Quieres dar todo eso? ¿Estás seguro?" si, si lo
estaba, lamentablemente un idiota que se sentaba a mi lado comenzó a reír, a
carcajadas, tocándome el hombro y tratando de buscar mis ojos con los suyos
para que el chiste fuese más hilarante. "Estabas enamorado de la
calva" "es que tu si la amabas de verdad" "Es el gasto que
ya no le va a poder dar" todos comenzaban a reír y a hacer bromas estúpidas
a costa de un cadáver ajeno a su puta familia, muerta a varios kilómetros de
ahí la compañera afortunadamente ya no podía escucharlos, ya no sabía la
inmundicia del mundo que dejó atrás, estaba libre de todas las burlas y malos
tratos, estaba al fin descansando a costa de su pobre madre que seguramente
rompía en llanto por haber perdido la luz de su vida, inerte su carne ya no
sería objeto de dolencias y su alma no volvería a ser sobajada al nivel de un
guiñapo; cerré los ojos unos instantes y desee estar muerto también, desee que
la tierra me alejase de toda esa porquería y encontrar un mundo en que quizá el
silencio sea lo más inteligente que decir en toda ocasión. Tal vez si la amaba,
tal vez las burlas tenían mucho de razón, tal vez aún hoy en día la recuerdo y
la amo en secreto, sin recordar siquiera su nombre, amaba su fuerza y ganas de
vivir, mucho mayores que las mías, su espíritu más libre y valeroso que el mío,
su piel blanca que envolvía una sonrisa sincera y limpia mucho más emotiva e
iluminada que mi pinche manojo de dientes amarillos, tal vez solo quiero que me
leas y también la ames profundamente aunque fuere por unos instantes, y te des
cuenta de que tan perdidos estamos en este mar de ignorancia, enfermedad y
podredumbre que es la sociedad en que vivimos no sé por cuantos pinches días,
meses o años más.
Saludos a todos los que aún llegan a leer este blog.