Dichoso el hombre perfecto, dichoso porque ha de tocar con
sus manos dulcísimas las comisuras de tus labios y con su lengua tu corazón
Santificado sea su nombre en tu boca y bendito sea el
fruto de su amor en tu vientre como en su espalda
Gozoso aquel que tenga el valor para entregarte su vida,
para perderse en el estruendo de tu risa que no deja de retumbar en las paredes
vacías.
Aquel que te ama como yo no he sabido, que se pasa más
noches que yo, enfermo de amor, desvelado, pensando que en algún sueño
recuerdas la voz de ese quien se desvive por ti
Bendito si es a tu vida el pan de cada día, si arañándose
el cuerpo se dejan caer en las suculentas garras de la tentación, libres de todo
mal, ahora y en la hora de su muerte.
Amado, celosamente guardado en los brazos tuyos, tú que
llena eres de gracia, bendito aquel, pues de entre todas las mujeres se ha
encontrado contigo…
Humilde aquel que ha perdido al amor de su vida, no lo
dejes caer en la tentación de salir a buscarte, perdona las ofensas que comete
entre estas líneas como también él se ha perdonado por no ser de quien hablan
estos versos, amen.
(Este poema lo escribí ya hace un par de años, me gusta mucho el modo en que logré estructurarlo, y espero que ustedes también lo disfruten)
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